abril 2025
No todos los viajes empiezan cuando uno cierra la maleta y luego la puerta de su casa. Algunos comienzan mucho antes, en una copa de brandy bien servida, en una conversación entre colegas, o en un recuerdo de esos que envejecen bien. Éste es para mi el viaje que tuve la suerte de compartir con los compañeros de la AEPEV (Asociación Española de Periodistas y Escritores del Vino y los Espirituosos) en busca del alma de los grandes brandis y del corazón de la producción vitivinícola de España. Un viaje a la ancha Castilla La Mancha, la zona de producción de vino más grande y probablemente para muchos la más desconocida. Y una visita especial a la capital mundial de la destilación vínica, Tomelloso.
La expedición había arrancado el día anterior en tierras manchegas, con visitas a bodegas cercanas a Tomelloso. Yo no pude estar allí, ocupado en una cata en Cacao Sampaka, con tés y chocolates, un programa no alcohol acorde a los cánones de la vida urbanita del año 2025… Llegué en coche cruzando las verdes llanuras de la Castilla eterna, esa que acoge al viajero como un abrazo horizontal. Me sumé al grupo justo a tiempo para lo que sería una suerte de peregrinación técnica y emocional por lo que entiendo como la unión de dos mundos, ligados por la pasión y la cultura gastronómica: la liturgia del vino llevada al mundo de los destilados.
La primera parada fue en Las Labores, en las instalaciones de Pernod Ricard España, corazón de la logística pero también de la producción de un grupo para el que tuve el privilegio de trabajar durante más de 10 años. La sensación al pisar las instalaciones que sigo llamando “Manzanares” fue como abrir una vieja botella bien conservada: de estos destilados que no tienen por qué cambiar con el tiempo en botella (no mejora ningún destilado en botella) pero sin mermas y con el mismo pulso y el mismo brillo. Vimos en funcionamiento las antiguas maquinarias las bombas de Jiménez y Lamothe, compañía que con el tiempo dio origen a Larios S.A. y que, entre otras joyas, alumbró el mítico brandy 1866. Hoy este brandy pertenece a Osborne y se integra con orgullo entre los Solera Gran Reserva de Jerez, pero su alma conserva aquel origen técnico y riguroso.
Tras un brunch informal —con reencuentros, anécdotas y algún brindis tácito— nos dirigimos a la destilería de Osborne, hoy uno de mis principales clientes en consultoría. Allí, guiados por la brillante Vicky Martín, master distiller de la casa, recorrimos una instalación que logra armonizar lo artesanal con la innovación sin perder el alma.
Las alquitaras, ahora alimentadas por gas natural, nos recordaron que tradición y sostenibilidad pueden ir de la mano. Observamos columnas de destilación, una de ellas del tipo Coffey, y exploramos también una de las cuevas típicas excavadas con pico, esas “bodegas de sombra” que fueron obra, en gran parte, de las terreras: mujeres pioneras, primeras en llevar pantalones, que ayudaban en la dura tarea de horadar la caliza dura para dar cobijo al vino.
En Osborne también nos explicó Vicky con detalle cómo se elabora el vino base para el brandy, mayoritariamente a partir de la uva airén, vinificada sin sulfitos para evitar compuestos azufrados indeseables durante la destilación, esos mismos que huelen a huevo podrido en las « bolas fétidas » de los niños. Para producir un litro de holanda —el aguardiente de vino de alta calidad que sirve de base al brandy— se necesitan entre 6 y 11 kilos de uva, dependiendo del rendimiento y el grado alcohólico que se quiere conseguir. Para comparar, bastan unos 3 kilos de cereal para un litro de alcohol, lo que explica por qué el brandy de calidad tiene un coste de producción hasta 500 veces mayor que otras bebidas espirituosas!
La destilería destaca también por su gestión medioambiental: aunque el proceso requiere agua, no genera aguas sucias, ya que el vapor se condensa y reutiliza. Las vinazas resultantes se reciclan, a menudo como abono, cerrando el ciclo productivo.
Otro momento destacado del viaje fue la visita a Virgen de las Viñas, la mayor cooperativa vitivinícola del mundo. Fundada en 1961, cuenta con más de 3.000 socios, gestiona 20.000 hectáreas de viñedo, produce más de 200 millones de litros de vino al año y conserva unas 30.000 barricas. Unos número que abruman… Sus instalaciones de 240.000 metros cuadrados albergan también un museo costumbrista que rinde homenaje a la cultura popular del vino.
Allí asistimos a una cata que conjugó tradición, alta tecnología y arte, con especial atención a la gama “Lienzo”. Queda mucho por recorrer para que La Mancha sea percibida no solo como tierra de volumen, sino también de calidad, pero el camino está trazado.
La jornada terminó como mandan los cánones: cena con los irreductibles en la Taberna Triana, con cerveza bien tirada y una botella del espumoso de airén de la gama Lienzo, que no habíamos podido probar antes. Como champagnero de cuna, he de confesar que estas botellas (vale… fueron más de una pero fue consumo responsable sin conducción) nos arrancaron más de una sonrisa.
Al día siguiente, visitamos una cueva tradicional —una entre las 4.500 que existen en Tomelloso— de la mano de José María Díaz Navarro, autor del libro Las Cuevas. Aprendimos sobre las historias humanas escondidas bajo tierra y descubrimos al pintor local más ilustre, cuya obra costumbrista conecta con la tierra como lo hacen los mejores vinos. El tío del gran pintor Antonio López.
El viaje concluyó con la entrega de los premios AEPEV, en la que marcas como Nordés Gin, Zacapa 23 o vermouth Lustau fueron reconocidas, aunque para mí, el verdadero descubrimiento fue el vino Fondillón de Alicante: un tesoro enológico que, sin duda, marca mi 2024.
Cada vez que aprendo más de los vinos, vinos arraigados en la cultura y que pertenecen a los que los hacen como a los que los saben beber, pienso en todo lo que me queda por ver, catar y entender.
Y cuanto más pienso en los vinos que dan origen al brandy, más me convenzo de que en sus botas duerme una parte esencial de nuestra identidad. Carlos I y 1866 no son solo grandes brandis: son testigos líquidos de una cultura que respira historia, técnica y emoción y que está arraigada en esta tierra.



